Azúcar, clavo y canela, para rechinar la muela ¡revolución!, el pregón del vendedor de galletitas deliciosas que hacía salir a los habitantes de mi ciudad a una hora determinada (no necesitabamos relojes en los tiempos de los pregones) a comprar tanta dulzura hecha galleta, pero no es de esto que quiero contarles.
¿Seré la única en mi ciudad qué cuando tiene que hacer hervir clavo y canela debe cerrar las puertas y ventanas de su casa?
Eso me estoy preguntando desde que me dí cuenta que cuando pongo mi olla grande para preparar chicha morada, agua de membrillo o de piña, o cualquier cosa que lleve clavo y canela entre sus ingredientes las abejitas bailan en mi cocina.
Bueno les contaré, si bien es cierto que vivo frente a un pequeño parque también es cierto que no existen ni bosques ni apícolas cerca (criaderos de abejita) (que yo sepa por lo menos) ni siquiera veo ya a las mariquitas que se comían los pulgones de las rosas, ni a los caracoles de jardín, por estos lares, alguna que otra mariposita en pleno verano, muchas libélulas eso sí y los molestos zancudos.
Pues bien resulta que desde hace un tiempo mi cocina era invadida por abejas danzarinas y no entendía la razón, ya se imaginan a mi familia saliendo despavorida gritando: ¡una abeja! Si UNA abeja, ya tenía que ir yo al rescate tratando de arrear a la voladora sin que se enoje claro para que no me pique. Una abeja no hace problema como una golondrina no hace verano, pero ver a dos, tres, cuatro, o seis abejitas danzando y volando por tu cocina eso ya resulta preocupante sobre todo porque no entiendes que les llama la atención “dentro” de la cocina cuando las flores están “fuera”, en las macetitas del patio.
El olorcito dulzón del clavo y la canela junto a la chicha morada llegaba hasta la azotea, me dije: ya es hora seguro de colar y dejar enfriar para luego endulzar y ponerle su limoncito antes de servirme un gran vaso. Cuando estaba en la escalera bajando a toda carrera hacia la cocina me topo con dos abejitas, no le dí la menor importancia y seguí rápidamente hacia la cocina. En la puerta me detuve en seco, tenía cuatro abejas bastante grandes dando vueltas por mi cocina que es chica, demasiada abeja para mi gusto y las otras dos, que estaban de regreso de la exploración, llegaron a asegurarles a las otras que mas adentro de la casa no estaba lo que venían buscando. Mientras me ponía los guantes de goma negros, el mandil y la gorra de cocinar las observaba tratando de no chocarme con ellas en sus vuelos, cuando veo a una haciendo el bailecito del ocho me dije: ah no mijita a tus demás amiguitas no las va a invitar a la fiesta ¿ya?, lo siento mucho pero se me van ahora. Dicho esto cerré la puerta corrediza que da al resto de la casa abrí de par en par la puerta que da al patio de ingreso y esperé que las abejas salieran, tuve que sentarme porque me cansé.
Viendo que la hora avanzaba y aún no había almuerzo preparado traté de entender a las abejitas, se supone que ellas buscan las flores y supongo yo que esto es por el olorcito que desprenden las flores…¿qué demonios hay en mi cocina que huela a flores? Mire a mi alrededor, ¿el desinfectante? No imposible, deseche la idea porque ni que las abejas fueran taradas, los únicos que creemos que los desinfectantes huelen a flores somos nosotros, ellas no son tan bobas, y entonces reparé en la olla de la chicha morada que continuaba hirviendo. Como estaba con guantes puestos (por miedo a que me picaran las manos no por que me aislarían del calor) me anime a sacar la olla fuera al patiecito, y al hacerlo salieron conmigo las benditas abejitas locas, dime que no querido lector, que no están locas para confundir flores con chicha morada. Tape la olla y me metí a la cocina a terminar mis quehaceres.
Ya en la noche llega mi hijo y me pregunta: Mamá esta olla en el medio del patio…¡con chicha morada!, ¿qué hace afuera?
Y bueno soy muy despistada y olvidadiza que le voy a hacer.
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