miércoles, 25 de noviembre de 2009

SEGUNDA LLAMADA...¡DIGO! SEGUNDA CAIDA Y FINAL


En esos días estaba por cambiar de clínica.

Como puedo decirlo sin utilizar términos legales, y bueno, resulta que uno de los médicos que nos atendía se desvivía por atenderme a mí particularmente (y no eran precisamente atenciones médicas) a pesar de mi indiferencia hacia él me veía en la necesidad del cambio, pero tú dirás amable lector, porque no solo cambia de médico y asunto solucionado, resulta que el susodicho era gerente médico de la clínica o sea, que me lo encontraría hasta en la sopa, ni modo.

El lugar de los hechos era la escalera de ingreso del edificio donde vivo. Al entrar por la puerta de ingreso hay un estrecho patio rectangular con unas macetas muy bien cuidadas (de la vecina del primer piso, frente a la escalera) inmediatamente a la derecha está la escalera, con su primer descanso (de esas cuyos escalones se angostan por un lado y con las justas pones el pie por el otro lado pegadito a la pared) y luego una porción corta de cuatro escalones que da al piso donde vivo.

Quien sería el intelibruto que se dejó algo más allá de la mitad de la escalera (la que da al primer piso) nunca pude saberlo. Lo cierto es que yo me iba hacia atrás al pisarlo, pensando que caería de espaldas y terminaría de lesionar mas mi pobre columna (tengo unidas varias vertebras lumbares y pinzamiento en cervicales producto de un fuerte choque automovilístico) me tomé de la baranda de metal lo más rápido que pude para impulsarme hacia adelante, caí de pie, tratando de no irme de cara contra las macetas de terracota y la pared próxima. Tuve que sentarme en el último escalón, mis piernas no me sostenían, el dolor era el más fuerte que había sentido, justo en ese momento mi suegro entraba por puerta de ingreso preguntando que me había pasado y tocando el timbre de la vecina a la vez. –Hielo, por favor necesitamos hielo, Miyita se accidentó- gritaba mi suegro, mientras la vecina me socorría con las bolsas heladas que trajo del congelador mi suegro llamaba a la ambulancia de la clínica, la misma a la que yo no quería volver.

Al llegar me bajaron en silla de ruedas y corrimos hacia emergencia. El traumatólogo de turno me escuchó atentamente sin decir palabra, pidió unas radiografías y luego de verlas dijo: -Yo no la atiendo a esta señora-.

-¿Qué? ¿Quién va a atenderme si usted es el traumatólogo de guardia? ¿Oiga donde va?- Salió del consultorio de emergencia sin decir más.

No lo entendía, en mi cabeza no cabía su actitud, pero no podía perder tiempo así que hice lo único que podía, llamar al gerente médico de la clínica, porque resulta que no había otro traumatólogo que me atendiera y algo muy extraño estaba pasándome (la verdad en ese momento guarde mis preguntas bien al fondo de mi psiquis para actuar rápido).

Mi marido (que había sido informado del accidente por mi suegro) fue a llamarlo cuando en eso aparece el médico en cuestión. Ellos se habrían visto dos veces a lo sumo no más, llegó diciendo que su secretaria le había informado que yo estaba en emergencia (¿ven lo bien chequeada que me tenía? Si yo ponía un pie en esa clínica él lo sabría) su cara de sorpresa al verlo fue cambiada prontamente por una muy profesional mientras escuchaba y revisaba la radiografía:-No se preocupen que llamaré al doctor Portuondo es el mejor traumatólogo que tenemos, como sabes yo soy pediatra no podría dar un diagnóstico acertado pero él sí, llegará en unos minutos, yo regreso en un momento, estaré al tanto- dijo, y se retiró rápido. La verdad sentí cierto alivio. Llegó el dr. Portuondo a los pocos minutos, un hombre mayor, de maneras educadas, de suave voz, bajito y con la bata toda abotonada. ¿Era idea mía o me miraba con curiosidad? En fin.

Lo cierto es que me enyesó, recetó y me dijo que tendría que venir a control. El yeso no me duró ni dos días, me lo mojé poniendo una olla en la cocina, ¡ah! Amable lector, no te dije, estaría en reposo, sin caminar, ni moverme, ni nada, hasta mi control pero como ama de casa sin empleada doméstica ni nadie que me apoye en esos días pues no quedaba otra que movilizarme en una silla de rueditas (cual silla de ruedas, te dije de rueditas, de esas de escritorio, no se me ocurrió una silla de ruedas para nada, ¿para qué?).

Había un asunto que me dejó pensando solo un par de segundos pero que saqué de mi cabeza el hecho que no podía sostener las piernas cuando estaba en cama, ponía los pies derechitos con las manos ¿sí? Y se me iban hacia los costados, yo decía por el peso del yeso, así que más cómoda me sentía en la silla.

Me vendó con tensoplast, y me envió a casa nuevamente, le prometí que no volvería a mojar nada y que sería una niña obediente pero las cosas de casa las haré si o si, Portuondo sonrió, su sonrisa me pareció paternal y protectora, me sentía muy segura con él. Pasaron nueve largos meses, sentada en esa silla de rueditas, control tras control.

Luego que el dolor pasó empecé a movilizar mis piernas sin levantarme de la silla claro, levantaba las piernas desde la cadera, movía los dedos, poco a poco movilizaba mis músculos hasta que al final de esos nueve meses me quitaron el tensoplast y me enviaron a casa.

El siguiente control fui a su consultorio, los otros habían sido en emergencia.

El escritorio de su secretaria estaba lejos de su consultorio: -siga por este pasillo luego suba la rampa y allí es el consultorio del dr. Portuondo- dijo. Caminé por el pasillo, subía la rampa cuando lo vi en la puerta del consultorio, abrió la puerta de par en par y se quedó parado allí mirándome hasta que llegué y lo saludé.

-Sabe que es un milagro verla caminar así, nunca pensé que la vería caminar, por eso abrí la puerta del consultorio porque la esperaba en silla de ruedas. Es usted un milagro señora usted pudo quedar invalida-.

Allí entendí porque el otro traumatólogo no me había querido atender, también entendí que mi psiquis me protegió para no pensar en esas ideas que me asaltaban que algo estaba mal conmigo, una lesión bastante grave de los tendones.

Cambié de clínica, no volví a ver más al Dr. Portuondo, al gerente médico lo vi una vez en la nueva clínica a la que acudía, me hice la loca como si no lo hubiera reconocido, así es mejor, averigüé si él estaba trabajando allí, me dijeron que no.



4 comentarios:

el güilo dijo...

La tercera es la vencida, como en la lucha libre, Miyita.. lo que no entiendo es cómo cocinabas desde la sillita de ruedas.. ¿en una estufita de ruedas?.. el papel de tu admirador médico gerente fue cosquillear tu femenina vanidad para olvidar los tendones atorados.. un abrazo

Miyita dijo...

No seas malo, si sigue el órden de peligrosidad la tercera me mato. Cocinaba, en una cocinita con rueditas abajo (¿qué comes que adivinas?). Noooooo el papel del médico gerente fue traerme al mejor traumatólogo que tenía y gracias a mi "linda cara" creo que puedo caminar (nunca mejor dicho) (aparte ya te conté alguna vez de mi "microbiondas", y de mi horno adorado, mi segundo mejor amigo en la cocina)

Anónimo dijo...

Hola Estuve visitando tu blog y me parece muy interesante, permíteme felicitarte. Sería para mi muy agradable contar con tu blog en mis 2 directorios y estoy completamente convencido que para mis visitas que no son pocas será de mucho interés. Si lo deseas no dudes en escribirme muchos Éxitos con tu blog.

Un saludo
Franck Michel Reyes
WebMaster
contacto: reycastillo08@hotmail.com

Miyita dijo...

Hola Franck Michel Reyes muchas gracias por visitarme, espero que puedas dejarme saber la dirección de tu blog para visitarte pronto.

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