TU TE CAES YO ME CAIGO O NO DEJES NADA EN LA ESCALERA

Haciendo memoria sobre mis caídas desde una escalera (que son muchas) recuerdo dos (las más graves) la primera fue en la casa familiar, una escalera de esas de armazón de metal con pasos de madera que sonaba cuando todos bajaban menos yo (me decían gato, porque jamás hacia el mínimo ruido al caminar por ella aún estando embarazada de un chico que pesó 4.300 y eso es llevar peso extra).

La escalera estaba frente a una columna (horrible, que se nos ocurrió adornar con unos simpáticos cuadritos en sus cuatro lados no había forma de sacarla porque se nos caía el techo encima) y a la sala, tenía una primera subida que daba a un descanso situado a la mitad de la ventana que daba a la cocina (no me preguntes como había una ventana que daba a la cocina prácticamente bajo una escalera, resulta que esta casa fue reformada y la escalera quedaba en lo que pudo ser un patio chico) y de allí subía hacia los dormitorios en el segundo piso. A uno de sus lados una baranda de madera y al otro la pared.

Un día bajando ya luego del descanso y en los primeros escalones pisé algo que no vi. Mi cuerpo se inclinó hacia adelante acercándose rápidamente a la columna. Miré rápidamente para todos lados y mientras caía supe que tenía que patear la pared para impulsarme hacia la izquierda, esquivar la columna y caer en medio de la sala de panza o me rompía la cabeza y la cara en segundos.

Con el pie derecho patee la pared y con los brazos extendidos para tratar de protegerme un poco más me dispuse a aterrizar en el piso de la sala mismo avión sin tren de aterrizaje y al igual que él derrapando en el piso hasta chocar con el sofá. ¿Pueden creer que mi familia que estaba en la salita contigua al living comedor ni se dio cuenta de mi caída? Salvo por que empecé a gritar: ¿quién fue el descerebrado que dejó el sacudidor en la escalera? Era eso con lo que me había caído, el mango igualito a una escoba de madera me había servido para volar como súper héroe sin capa estaba tirado a los pies de la escalera.

No me hice mucho daño salvo unos raspones en un brazo y mucho dolor en las costillas pero nada más. Al único que permitíamos tirarse cuan largo era fue a Coquito (nuestro perro terrier). Jorge (este es su nombre real, Coco era la manera cariñosa de llamarlo, él respondía por los dos nombres) tenía dos formas de dormir, una era echarse de lado con las cuatro patas extendidas (parecía un perro muerto la verdad era impresionante cuando lo veían por primera vez porque siempre sacaba la lengua y sus ojos quedaban entreabiertos) o de espaldas con las patas traseras estiradas, las delanteras sobre el pecho y la espalda ligeramente curvada.

Bueno pues Coquito se quedó dormido en la escalera, no sé por qué siempre fue un perro que tenía muchas pesadillas, movía las patas como si estuviera corriendo, ladraba, gruñía, era un espectáculo verlo dormir, ¡ah! Pero pobre que te encontrara cerca cuando se despertaba porque parecía darse cuenta que te estabas burlando de él, entonces venían los ladridos interminables con ese timbre de voz perruna agudo que te taladraba los tímpanos y no que no calmaba sino hasta que le decías algo amable.

En una de esas pesadillas se volteó para el otro lado sin darse cuenta que estaba al filo de la escalera (como ya dije era de pasos de madera sobre armazón de metal entonces tenía huecos por donde colarse) yendo a parar sobre la máquina de tejer que había instalado hacía muy poco mi madre para aprovechar el espacio, no sabes amable lector el ruido que hizo al caer, todos corrimos a ver qué había pasado y claro a examinarlo por si estaba mal herido, pero no, o sea…éramos dos los que habíamos perdido una de nuestras vidas en la bendita escalera. Coquito nunca más volvió a quedarse dormido allí.