miércoles, 14 de febrero de 2007



"Había una vez" "Erase una vez" así comenzaba los cuentos mi abuela materna, la espectativa que generaba en mí esas palabras era enorme, ávida escucha y lectora de cuentos durante toda mi vida creo que aún si oigo o leo esas palabras pondré los ojos redondos como platos y quedaré inmóvil atenta a lo que sea que siga... ¿ya tengo su atención?, jajajaja, espero que si porque quiero contar un cuento...

En medio de una selva intrincada, no se bien si amazónica o lacandona, (espero haber puesto bien el nombre lacandona) donde no caminaban humanos hasta que quien me contó esta historia está enterado, existe una hermosa y gran enredadera, es una madreselva perfecta, llena de manojos de florecitas blancas y amarillentas, perfumandolo todo a su alrededor a horas marcadas por el clima (creo que mientras mas calor hay mas perfuma, ¿o será mi idea?) y bueno, ¡qué se yo!, el asunto es que su aroma viaja lejos muy lejos y atrae a mariposas, colibríes, abejas y quien sabe... hasta antifantes y elefantilopes, que fue lo que me comentó esta persona que asegura que la historia es real.

Los antifantes son seres mudos, pequeñitos y movedizos, nerviosos, acelerados, desesperados y exagerados. Adoran las caricias y el sonido pero por sobre todo, adoran el aroma de la madreselva. Los elefantilopes son mas bien reposados, juguetones, hablan y hablan pero no hablan tonterías no, hablan con sentido y sabiduría, hablan con experiencia sobre todo y dicen hermosas poesías. Aman el olor de la madreselva y por eso este antifante y ese elefantilope se encontraron un día uno subiendo y el otro bajando, se cruzaron las miradas nada mas lo suficiente para reconocer que no eran de la misma especie y seguir su camino, resulta que estos bichos caminan a lo largo de la madreselva en manadas o parvadas... uy.. olvide decir que son seres alados ambos, tienen alas, trompitas y colitas pues. Bueno a contar el cuento, ellos no hicieron el menor movimiento como para indicar que algo paso... porque los elefantilopes y los antifantes ni se miran, se saben cerca, tienen idea de las costumbres del otro pero nada, que va, ni se inmutan. Pasa el tiempo y hay un día en el año donde la puesta del sol dura mucho mas de lo habitual, pleno verano, aire tibio, nubes ralitas, en medio de ese lugar donde los rayos del sol no llegan jamás a tocar el suelo, por lo espeso de la vegetación, donde si llueve es un diluvio, ese día sí... allí sí, la luz se abre paso hasta lo profundo, se mete en las grutas donde viven los murciélagos y los hace salir en pleno día, ese día no llueve sino justo antes de la puesta del sol, para traer al arco iris a la fiesta de la luz y el color, lo extraño es que ese día ningún bicho chilla, perdón... no cantan las aves ni zumban los insectos. Ese día llegó justo cuando los antifantes bajaban y los elefantilopes subían, se encontraron entonces justo en la copa del árbol mientras todo lo inundaba la luz anaranjada y el perfume de la madreselva, no subieron ni bajaron, se quedaron allí mirando el sol ponerse, se tomaron de las trompitas y cuando el sol estaba por desaparecer se hicieron el amor, desde ese día les importa un pepino lo demás, ríen, hablan (si, el antifante aprendió a hablar aunque rudimentariamente, pero es un avance), se cuentan historias, inventaron a dios, renombran todo lo que ven y son felices.

1 comentario:

lauruguacha dijo...

Migaaaa, te dejo un besazo, tu espacio es como vos: pura ternura!

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