lunes, 23 de julio de 2007

Cuento recontra largo: Adictos a las endorfinas o el fin de algo que ni amistad fué


Has visto cuando un recuerdo salta de la nebulosa (mas bien del abismo negro, por lo refundido) de tus recuerdos y te toma por asalto (costumbre compulsiva de algunos neuróticos asumidos) muy vívido, muy detallado, casi, casi, como estarlo viviendo en ese instante ¡si!, ¡si! (¡pucha! Si que amanecí cacofónica hoy), pues ese me tiene sujeta del cerebro y no me suelta. Resulta que allá por mis tiempos de estudiante universitaria, tenía un compañero de estudios de origen japonés, de apellido muy conocido por lo común tal vez (ese es otro cuento), diría yo que éramos compañeros de clase pero en un momento dado fuimos rivales en alguno que otro curso. Famoso en mi país es el empeño en los estudios que pone la gente de esa raza, laboriosos, diligentes, inteligentes también y…competitivos, y claro yo no era la chica popular que pasaba mucho tiempo en la cafetería (lo que no sabían los demás era que nuestro grupo estudiaba en la cafetería, nuestras conversaciones eran una extensión de los cursos que acabábamos de tener en alguna clase, por eso no era raro vernos en compañía de los profesores o jefes de prácticas, también entrar a la oficina del decano o jefe de tal o cual cosa y sostener largas charlas, poca gente sabía de las horas que pasábamos en la biblioteca porque generalmente en esos horarios “ellos” ni asomaban la cabeza por la universidad o simplemente era la biblioteca de alguna otra universidad cara y prestigiosa agenciándonos los carné de estudiantes como mejor podíamos, (de algo tenía que servirnos el ser bonitas ¿no? También éramos astutas). Pues bien, este compañero y yo tuvimos la oportunidad de medirnos por primera vez en las prácticas de cierto curso que nos gustaba mucho. Hicimos grupos de cinco personas y nos dispusimos por el salón juntando las carpetas adecuadamente, la profesora nos expuso un caso y arrancamos a debatirlo entre nosotros sacando nuestras conclusiones, resultados: mi grupo el número uno, el de mi compañero: el número dos; su mirada desafiante y algo picona se cruzó con la mía, gracias al codazo que me propinó mi amiga para que me diera cuenta de la cara de envidia del “chinito”( como cariñosamente llamamos a los de ojos rasgados en mi país), ¿era una declaración de guerra eso?. En la siguiente práctica nos ganaron por un punto, y la mirada que nos lanzó burlona junto con la sonrisita no nos dejó mas dudas ¡era la guerra!, así nos la pasamos todo el semestre y al final cuando tenían que entregarnos las notas tenía al chinito detrás de mí para averiguar cuanto me había sacado (o es un chismoso o…) su cara de sorpresa se cambió a una expresión burlona, esa de una ceja levantada ¿has visto? Que te dan ganas de preguntarle: ¿oe choche cual es tu cau cau? o sea en castellano: ¿cuál es tu problema papito? ¿Qué te acontece? , claro pues yo tenía mas nota que él ¡ja!

-Te felicito, nos vemos en el siguiente curso a ver si tienes tanta suerte como ahora- me dijo.

-Hecho- le respondí.

Así fue, en el curso II que llevamos con la misma profesora, dio la casualidad de que nos organizaron por apellidos para el curso de práctica y ¡Oh! Sorpresa (no tan sorpresa) él chinito de marras estaba justo en mi grupo de prácticas, esto es que nos tocó sentarnos juntos y hacer los trabajos juntos, y claro teníamos que aprender a llevarnos bien, para mí eso no es problema, aprendí a sobrellevar egos desde muy chiquita. Descubrimos ambos que funcionábamos perfectamente juntos, está demás decir que nuestro grupo arrasó con todos los demás y en las clases teóricas también empezamos a sentarnos juntos, ambos grupos (el suyo y el mió) prácticamente se fusionaron para formar un buen grupo de estudios. Así llevamos un par de ciclos creo, no recuerdo bien, por mi parte se había formado una bonita amistad, el chinito era bromista, ingenioso, agudo, picón como él solito pero a los amigos les soportaba las bromas. En los momentos de cambio de hora o cuando teníamos libre nos juntábamos a conversar en los pasadizos de la universidad (que eran mas bien balcones, acodándonos y fumando como “chinos”, en ese tiempo era una fumadora de terror y él como buen chino no podía ser menos, ¿han oído eso de: fumas como chino o como camionero? Pues son sinónimos). ¿Qué suele ocurrir cuando se juntan el hambre con la necesidad? Lo mismo que cuando se juntan el ingenio, la chispa, y la inteligencia, una verdadera bomba de chistes y risas. Ahora que me doy cuenta, no me referí a como era mi personalidad, pues, divertida cuando debía serlo, ingeniosa, no sabía (y nunca aprendí) a contar chistes pero soy un buen para de orejas (en todo sentido, cuando alguien tenía algún problema, necesitaba algún consejo acudía a mí, fuera el señor que atendía en la cafetería, los dueños del restaurante vegetariano al que acudíamos cuando el almuerzo en la cafetería de la universidad estaba muy caro, alguna profesora de prácticas, mi amigo el “mas mas” de la facultad, y que decir de mis compañeros de aula) buena conversadora, en fin. Nuestras conversas siempre llenas de risa y de humo de cigarros, tomando el pelo a quien se pusiera a tiro sin ofender jamás, sin hacer escarnio de nadie eso sí, también giraban sobre los temas universitarios obviamente, contrastábamos opinión, intercambiábamos información y conocimientos, nuestro grupo funcionaba como un relojito. La amistad (para mí) entre el chino y yo se hizo mas cercana, en los momentos en que coincidíamos solo nosotros hablábamos sobre nuestras historias personales no sin cierta resistencia de su parte, no sé si es peculiaridad de su cultura (es hijo de japoneses inmigrantes) o así era personalmente pero yo sentía que a veces se sorprendía a sí mismo hablando sobre su familia como si hubiera cometido alguna indiscreción. Cierto día estábamos peculiarmente eufóricos, las bromas y risas iban cada vez mas en aumento, no parábamos de reírnos, hasta que terminamos sentados en el suelo apoyados en la pared del balcón porque no podíamos con tanta risa; este hecho se repetía una y otra vez y otra vez, era muy extraño por cierto, jamás nos había ocurrido una cosa como esta con ninguna persona, algo estaba pasando que no tenía nada, pero nada que ver con el amor ni cosa parecida conste y recalco este punto porque jamás entre nosotros existió algún otro sentimiento que no fuera el amistoso o el de compañeros de clase; tampoco consumíamos algo mas que no fuera tabaco del común que sueles comprar en cualquier expendio, o sea, mi pata (léase amigo) y yo teníamos un extraño caso de “risitis incontenibilis” ¿?. Fíjate amable y paciente lector (ya que me acompañaste hasta este punto sin aburrirte) que esta situación de bromas, carcajadas, risa y sentadas en el suelo era ya tan habituales que llegó a oídos del decano de la facultad (para colmo amigo mió), no pudo ser mas rochoso (léase vergonzoso de pedirle a la tierra que se abra y te trague) el decano, en plena escalera donde te ven y eres visto como filmado por paparazzi y publicado en la prensa sensacionalista, me llamó a su despacho “en este mismo momento señorita Tuyito”, ¡qué remedio!, al despacho del decano, bajo la mirada acusadora de toda la facultad y alrededores (la otra facultad que compartía parte del complejo de ese local, casi cada facultad tenía una sede en esos tiempos, edificios desperdigados por todo Lima). Estaba muy serio, me llamaba por mi apellido, me miraba inquisitivamente a los ojos, ¡qué michis está pasando que no me doy cuenta!, empezó a darme un sermón acerca de la conducta universitaria, sobre las amistades, las palomitas que se ven arrastradas por los lobos, la droga (¡tate! Pero que michis tengo que ver con drogas yo, bueno el tabaco es una droga si pero su uso está permitido por el estado, además ya soy mayor de edad) la marihuana y sus estragos en el organismo, allí fue cuando le di el alto, stop, pare, cruce, tren, casi me dieron ganas de decirle: para el coche cuñao que tas a 200 en vía de 45, le dije que en toda mi vida jamás había consumido alguna droga que no fuera legal, es mas, la única ventiúnica droga legal que me metía por toneladas era el tabaco, no por falta de oportunidades sino por falta de ganas, él sabía muchas cosas de mi vida, era mi amigo antes que mi profesor (que lo fue en varios cursos) y mi decano, entonces como michis puede él pensar eso de mí, muy ofendida con los ojotes mas grandes que me vio ponerle delante le pregunté a muy poca distancia, por toda respuesta me dijo que nuestra conducta (la del chino y la mía) parecía la de dos marihuaneros, es mas me dijo que tenía los ojos rojos.

-¡Cómo no voy a tener los ojos rojos si tengo conjuntivitis, encima tengo alergia a la tiza! (no se había inventado la pizarra ni los plumones en ese tiempo) usted sabe que me siento siempre en las primeras filas del salón de clase, para remate fumo como una china camionera, pero ¿cómo es posible que piense que me estoy drogando en la universidad? ¿Usted no me conoce acaso?- respondí realmente indignada pero sobre todo, me sentía mal porque quien tenía delante mió se suponía que me conocía bien porque éramos buenos amigos.

-Mira Miyita-, tomándome de la mano me llevó a sentarme a la banca colonial que tenía en su despacho, se sentó a mi lado y me dijo:

-Es exactamente lo que les dije a fulano, zutana y perencejo, los profesores que ya conoces, también a compañeros de ustedes, es mas Miyita, yo mismo los he visto caerse prácticamente de risa sobre el piso acá en los pasillos ¿qué querías que pensara?-

- La mujer del Cesar no solo debe ser casta sino parecerlo ¿verdad?- le dije con un dejo de tristeza, él asintió con la cabeza, mientras decía que jamás había visto algo parecido sin sustancia alguna de por medio, pero que las endorfinas pueden hacer sentir esa euforia con el deporte entonces es probable que con la alegría sea otro tanto.

El cerebro humano suele volverse adicto a las endorfinas, el proceso no lo conozco ni pienso averiguarlo porque no me interesa querido lector si quieres busca en google te aseguro que puedes hallar cualquier cosa allí y quedar satisfecho, sino dime porque una y otra vez volvemos al gimnasio a practicar aeróbicos, máquinas o cuanta cosa nos martirice y mortifique el cuerpo (a parte de querer estar mil puntos para el verano) ¡por adicción a las endorfinas que segregamos y que gustan tanto a nuestro cerebrito! Siiiiiii comos adictos por naturaleza, ahora bien, ¿por qué no vamos a ser adictos a las carcajadas? O a quien nos la produzca, eso fue lo que nos pasaba.

Alguien tuvo la misma conversación con el chinito, la siguiente vez que lo vi prácticamente se despidió de mí, dijo que no sabía porque razón nosotros nos comportábamos de esa manera, que realmente se sentía asustado y que no deseaba continuar con algo que no entendía, en ese tiempo no existían las sustancias que te ponen sobre la piel, ni los perfumes que te adormecen ni ninguna droga de ese estilo, así que mi compañero de clases y de adicciones se perdió de vista. Mucho después lo vi en alguna calle del centro de Lima con una chinita bella y un bebé igualmente bonito (el chino es bastante feo el pobre), nos reconocimos claro pero no sostuvo la mirada ni hizo intento por saludar, y bueno…por eso decía yo que para mí si era una amistad, pero en fin, cosas que pasan y recuerdos que surgen como para ser rumiados una vez mas hasta lograr digerirlos evacuándolos hacia el water del olvido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ante todo buenas tardes. Buscando alguna información sobre Juan Polar encontré su artículo de Mayo, muy bueno; luego me parecieron interesantes sus artículos. sus cuentos son muy buenos, su prosa es entretenida, no descarte la posibilidad de publicarlos como libro, claro, si es que ya no esta hecho. un abrazo.

Miyita dijo...

Muchas gracias por tu comentario, en serio...es para mí un descubrimiento tanto el escribir como el que a alguien le guste lo que escribo...acabas de darme una idea, no se me había ocurrido escribir un libro, alguno que otro cuento como ves, un abrazo y de nuevo gracias por tu comentario.

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